Lou Reed - "Berlin" (1973)

Crítica: Lou Reed - "Berlin"


"Ninguna voz divina la tormenta aplacaba
ninguna luz propicia brillaba entre las olas
y cuando toda ayuda eficaz nos faltaba
perecíamos a solas.
Pero yo bajo aguas mas iracundas
y sumergido en simas mas profundas..."


Estos versos del británico William Cowper siempre me han producido una perceptible punzada de angustia y congoja en el corazón. Un sentimiento de oscuridad y recreo en el sufrimiento propio, como la auto-contemplación de una desesperanzada falta de ganas de seguir adelante, una vez perdido, o de creer haberlo perdido todo.

En cambio, también me ha parecido siempre descubrir una sombra de belleza en el agónico dolor que irradia el poema. Como si en la auto destrucción hubiese una suerte de romántica beldad, una sutil y escondida evocación de hermosura: La belleza del horror.

Y algo así es lo que mi interior detecta en cada escucha de “Berlin”: Una belleza que intenta filtrar parte de su verdad entre el cargado y nebuloso ambiente de las calles tóxicas e infectadas por las que desfilan los enfermizos personajes que Reed nos presenta en esta cruda y mortecina historia de dolor y perdición.

“Berlin” es - como sin duda todos sabéis - un disco conceptual en el cual el de Coney Island nos arrastra, prendidas sus garras de nuestros sangrantes corazones, por las tortuosas vivencias de dos seres, habitantes de un submundo contaminado por la degradación humana más febril y dolorosa. Por medio de su angustiosa historia nos vemos envueltos, gracias a la decadente textura de la música de Reed, en sobrecogedores pasajes sónicos que derraman violencia, sadismo existencial, adicciones, y también romanticismo.

Se trata de la historia de amor entre una prostituta alemana llamada Caroline y un norteamericano yonqui de nombre, Jim.

Estos nos abandonan, en su zigzagueante devenir vital, en decadentes y claustrofóbicos ambientes, pútridos cabarets y húmedas aceras en las que las bacterias propiciadoras del dolor se mezclan con las portadoras del horror, para trepar hasta las almas de los que han perdido la esperanza.

Y para conseguirlo, Lou se traslada a Londres y allí deja fluir todo su veneno underground, su poesía maldita y entregada a la desesperación en diez temas de tenues melodías donde se confunden los sonidos jazzisticos con la música cabaretera más sucia y barata. Los ritmos rockeros de enfermizo pálpito cohabitan con sonoridades orquestales propias del musical de los años treinta; todo ello se cobija en un manto de sobrecogedor pesimismo y tortuoso existencialismo.


Se rodea de un grupo de músicos de excepción, que logran recoger todas y cada una de las enfermas sensaciones que invaden el alma de cada episodio musical, a cual más oscuro y más bello, más profundo y más agorero; para crear un disco absolutamente imperecedero, donde el horror es el protagonista, el horror humano, pero con esa luz lejana y divina - como la que buscaba Cowper en su poema - de belleza.

Jack Bruce al bajo, Steve Winwood a los teclados, la dupla Steve Hunter/Dick Wagner en las guitarras o Aynsler Dumbar a la batería, son algunos de los profesores que ponen su incuestionable talento al servicio de las tétricas y bellas melodías que el neoyorquino entrega al mundo para plasmarlas, bajo la excepcional y expresionista - cual film de Murneau - producción de Bob Ezrin.

Todo está en sintonía con la verista desesperación de Caroline y Jim. Desde la emocionante presentación de la prostituta en la fina “Lady Day” y del yonqui en la álgida “Man of Good Fortune”, hasta las patéticas y estremecedoras “Caroline Says II” o la terrorífica y escalofriante “The Kids”, de subyugante final con el desgarrador llanto de un bebé que pone el corazón en un puño al más acerado oyente.

Poderosas instrumentaciones vodevilescas en “How Do You Think It Feels” y “Oh Jim”. Sin olvidar la escalofriante “The Bend”, evocando el suicidio de la protagonista y el deslumbrante y brillante final con la soberbia “Sad Song”, la cual da fin a esta desesperada semblanza al amor, pero al amor psicótico, al amor extremo y tóxico; y al desprecio, al desprecio a la vida.

Se trata en definitiva, del retrato oscuro y derrotista a la no creencia en la posibilidad de redención, a la renuncia a la búsqueda de la esperanza, y de fondo, proyectada como un film, la belleza, la belleza que se encuentra en el interior del hombre, por muy negra que sea su existencia y por muy doloroso que sea su sentir, la belleza que sin embargo no logra salvar a Caroline y Jim.

Comentarios

  1. Que quede constancia de que es este "Berlin" mi disco FAVORITO de Reed. Razones coincidentes con tu entrada, que van desde el concepto de "la atracción del abismo" (tú hablas de la "belleza del horror") hasta esa mención al romanticismo que irradia este sublime trabajo. No es romanticismo inglés (el primero que abrió la boca), es puramente alemán (el mismo nombre de "Berlín" significa mucho). De Goethe, del joven Werther, de Holderlin, Hiperion, de las pinturas de Friedrich, camposantos adornados por viejas columnas, parece que se mueven entre la pálida neblina azul, el sueño negro. Toda esa parafernalia Reed la supo modernizar y trasladarla a esta obra genial. En la historia de la música rock no ha habido un disco que haya llegado tan al fondo de la condición humana.
    Abrazos,

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