Reflexiono (o lo intento) sobre la música, los festivales, las webs y la independencia.


Reflexionaba esta noche pasada sobre onerosas cuestiones relacionadas con la música como: los festivales, los macro-festivales, los conciertos, las cámaras de fotos (móviles) en los conciertos, los artistas, los blogs, las redes sociales, las webs, los que escriben (o escribimos), el público, el postureo (postureos, que hay varios), las salas y los garitos, los dueños de salas y garitos, los que pinchan, los promotores, las promotoras, las agencias de prensa, los precios de las entradas, la promoción y sus trampas, el dinero público mezclado con el privado en aras de un acontecimiento cultural, el negocio para algunos, la ruina en lo económico para otros, la independencia de la que todos hacemos gala...

Todos hablamos de estas cuestiones y cada uno lo hace desde su trinchera, disparando en derredor y postulándose como el tipo que no encaja en el molde de lo feo. La soledad es un argumento feroz que llena al minoritario de exclusividad y épica, el grupo da fuerza al individuo que se pertrecha en el bullicio para sentirse congraciado consigo mismo y no escucharse pensar, la independencia suele estar acompañada de altivez y deambula moribunda por culpa de los prejuicios (o el vil metal), que son el virus que la mata por contradicción.

En las redes sociales nos encontramos grupos organizados en torno a la orgía o a la batalla, o el personal se come la polla con fruición y se entrega a calzón bajado como víctima del atracón de otros o prepara la artillería pesada para entrar a saco en el ejercicio público y a menudo anónimo de la aniquilación colectiva. 

En las webs impera en buenrollismo, el compadreo y el colegueo de manera bastante poco sutil y no seré yo quien se intente escapar por la puerta de atrás respecto de este particular, eso si, enarbolando la bandera de la independencia y la libertad creadora, que para algo somos intelectuales. 

Algunos claman contra la falta de actitud crítica en la prensa musical (tienen razón), pero ladran y maldicen si la mala crítica alcanza a sus gustos, preferencias o colegas, entonces el crítico es un mequetrefe que no tiene ni puta idea o en el más actual de los supuestos, es un hater. Es divertido eso de creer que los artistas son tus amigos porque contestan a tus comentarios en sus perfiles de facebook cuando están de promoción y te saludan efusivamente cuando les compras el disco después del concierto, tras pagar la entrada (evidentemente y como debe ser). La amistad no tiene porque estar emparentada con lo gratis, ¿no?.

Los festivales son un negocio para promotoras, marcas de cerveza y políticos que hacen cuadrar balances y diarios contables arremangando el dinero que se pierde entre raya y raya, todo en zona VIP y a gastos pagados, con pase al backstage para sacarse una foto con Bob Dylan y recordar al electorado lo mucho que el concejal tal o el alcalde cual se preocupa por la cultura y por los hosteleros de la población en cuestión. También hay grupos que tocan, casi siempre los mismos, pero eso ya importa menos.

Algunos escribimos de esto y de lo otro, del concierto del sábado o del festival del finde, del disco de este o del otro o de la otra o de Rosalía. Hay momentos en los que pensamos que la vida nos sonríe colocando ante nosotros a una multitud de lectores que suspiran emocionados ante la brillante selección de adjetivos que hemos utilizado para describir tal o cual disco, para referirnos al carisma de tal autor o autora. Escribimos si, por amor a la música (y al arte, por supuesto) y un poco también para alimentar el ego, ya que nuestra vida fuera del folio lumínico de la pantalla, tampoco es para tirar cohetes ni para hacer sonar encendidos riffs.

Al final, ¿saben qué es, en realidad, lo bueno?: las canciones y los discos que emocionan, o que excitan, que encienden instintos por lo general reprimidos. Los conciertos que disfrutas porque si, porque no te importa la contaminación de las redes, ni están cerca los profetas de internet y sus prejuicios, altiveces y lecciones de ser y estar (como dios manda), porque el momento solo está sujeto a si mismo y no hay nada externo que nos invite a posar, porque lo compartes con amigos y no con el resto de un mundo que en realidad es tan escaso que apenas significa nada, porque si te da la gana, sacas una foto y punto. Porque lo que mola, aunque parezca lo contrario, es el rock and roll, y esto es la auténtica independencia.

Comentarios

  1. Una reflexión muy acertada. Por mi parte, ya llevo unos años con cabilaciones existencialista respecto al mundillo musical y el sentido de todo ello. Y al final la conclusión siempre es la misma tal y como muy bien reflexionas, lo importante es la música y son las canciones, todo lo demás es paja. Gran texto Jorge!

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    1. Gracias Chals. Y cada vez la paja sube en espesura y suciedad. No somos nada, aunque nos creamos algo y muchas veces parece que importa más el entorno que la música, y yo cada vez estoy más cansado de eso, mucho mendigo disfrazado de príncipe.
      Salud y un abrazo.

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