Vuelve la vieja normalidad, vuelve el rock, vuelve el Azkena Rock Festival...


Lo fugaz que con el paso de las décadas se revela nuestra estancia en la tierra hace que dos años parezcan demasiado tiempo como para pasarlo mirando a la televisión con la mosca del covid detrás de la oreja, la puerta de la calle cerrada a cal y canto, las salas de conciertos cubriéndose de telarañas, tu cama y tu piel fuera del perímetro de seguridad, la noche vetada para patrullar cual gato callejero y el sol derramando su vitalidad amarilla sobre el asfalto blando y negro.

Tal vez por eso este año el Azkena es una cita más esperada que nunca. Hay ganas de Gasteiz, de Mendizabala, de rockear a campo abierto, de encuentros postergados, de aniquilar la sed en las tabernas de Kutxi, de triturar el suelo sagrado vagando de escenario en escenario, cubriendo la liturgia del rock como fieles ante la última oportunidad para la redención, de cantar, saltar, beber y abordar la cama con las piernas arrasadas y con un molesto pitido en los oídos.

Es por todo ello que este año parece que las sensaciones nos quitan unos cuantos años de encima y sentimos como si algo se hubiese reseteado en el pecho, como si un nuevo impulso moviese el corazón y seguro que las caderas, como si la ilusión se hubiese regenerado después del desgaste sufrido tras años de una rutina que nos hacía ignorantes de lo afortunados que éramos.

Volvemos al ARF, como si este paréntesis vivido hubiese sido un castigo por ser felices, como si el tiempo se hubiese detenido y la cronología desajustada de los últimos años hiciesen nebulosos los recuerdos de otras ediciones, antes de la ruptura con el mundo, cuando la normalidad nos resultaba odiosa y la vida parecía una equivocación de la que los únicos culpables éramos nosotros y nuestra maldita costumbre de vivir.

A partir de esta tarde los decibelios acallarán soflamas y slogans políticos y periodísticos, los riffs y los estribillos nos devolverán a la realidad, aquella que ahora muchos pensamos que igual no era tan mala, ni tan perjudicial para nuestra fuerte catadura moral, que a lo mejor no había tanto que aprender, que mejorar, que remendar y que al fin y al cabo, la vida, como el rock, solo es lo que es... pero nos gusta.

Comentarios

  1. Que usted lo disfute caballero. Revivir esos momentos de comunión colectiva es un puntazo que mitiga en parte la irregular trayectoria del Baskonia esta temporada.
    Abrazos,

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    1. Lo hemos pasado de miedo amigo Javier. Jejeje... yo mucho cariño al Baskonia no le tengo la verdad. Como sabes, yo soy socio del Bilbao Basket y en esos campos los vecinos nos ganan con cierta claridad.
      Tremenda Patti, Romano y Afghan Whigs por encima del resto (en mi opinión). Decepción con Drive-By Truckers.
      Abrazos.

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