Vuelvo de mis vacaciones: una ruta de asfalto y piedra por algunos discretos y sublimes parajes de la España profunda y medieval. El sonido de las campanas, el aroma de los privilegios gastronómicos que se disfrutan con la mente lejos de la artificial pantomima de las estrellas michelin, el camino bajo un sol otoñal que usurpa sus atributos a la aromática primavera, el firme milenario de adoquines y secretos ocultos, el saberse forastero, el desearse desleal a las normas de la ciudad y sus mezquindades, la soledad de algunas tardes frente a la historia de cuanto Cristo aún no había venido al mundo, la compañía y el tacto de un rostro radiante, reventón de libertad y guapura durante una noche de sábado toledana que continúa el domingo, con las carcamusas, los besos y las sonrisas como sensaciones inmortales, la eterna mansedumbre del fresco del atardecer en la plaza del mercado chico, el humo de las chimeneas perfumando las noches cada día más extensas...
La vuelta se torna triste, la vereda consumida sabe a poco y la imposibilidad de una vida de caminante peregrino en busca de algo que tal vez no exista, no es sino un silogismo del fracaso.
Otros años el retorno venía certificado por el éxtasis o el delirio, por la euforia o la inquietud, nunca antes por la tristeza o la sensación de descalabro, por el súbito sentimiento de echar de menos algo que no se ha sido capaz de encontrar en un viaje en el que la búsqueda empezaba en clave de incógnita y termina en bucólico desazón.
La banda sonora de unos días a todas luces felices y plenos, a pesar de algún momento de soledad traicionera bajo el sol de Trujillo, pero también gracias al contacto de una piel afín frente al lejano skyline de la ciudad de las tres culturas, deja en la memoria nombres propios como Cracker o Gene Clark.
Canciones que pude dejar que me resquebrajaran una vez más, como "For a spanish guitar", del viejo y desolado Gene Clark. Una copla para la carretera, el camino, el castillo, la soledad y los besos en la noche otoñal manchega.
¡Feliz domingo!
"lejos de la artificial pantomima de las estrellas Michelin" Ahí le has dado socio, cuanta tontuna hay por el mundo de la gastronomía, como decía un compañero del curro " con tanta tontería de platos innovadores van a acabar con los potajes y cocidos"
ResponderEliminarSalud socio y feliz vuelta
Te comes un chuletón en Ávila o unas migas del pastor en Mérida y ¿quién coño piensa en las jodidas estrellas Michelín???.
EliminarUn abrazo.
Este tipo de entradas hace glorioso tu blog, Jorge. Lo de las estrellas Michelín que decís Mariano y tú es totalmente cierto.
ResponderEliminarAbrazos.
Es que tú me lees con buenos ojos amigo mío. Si, lo de las estrellas Michelín es un truco infame más de esta liturgia capitalista en la que habitamos.
EliminarUn abrazo.