...el rock arenoso del desierto y la carretera solitaria con la herencia blues que transita por el Mississippi y el fogoso y tórrido renquear sónico de la frontera con México.
Por Jorge García.
Hoy, si a ustedes les parece bien, vamos a hablar de tres tipos peculiares, tres hombres de Texas que pueden gustar más o menos, pero que difícilmente caerán mal a nadie.
Por supuesto me refiero a ZZ Top. Originarios de Texas como digo, llevan la identidad de su estado natal en lo más profundo de su sonido, aunando el rock arenoso del desierto y la carretera solitaria con la herencia blues que transita por el Mississippi y el fogoso y tórrido renquear sónico de la frontera con México.
Sus dos primeros discos ya habían dejado claro su planteamiento blues-rock con añadidos hard y fronterizos, pero sería en el tercero, el magnífico "Tres Hombres", donde darían con la combinación de ingredientes perfecta y las composiciones adecuadas y definitivas.
Vuelve a encargarse de la producción Bill Ham, pieza imprescindible para entender la trayectoria y éxito del terceto de Houston, y que en esta nueva intentona se encuentra con las musas predispuestas a lanzar a ZZ-Top a un lugar para el que no parecían estar destinados en un año como 1973.
Las peripecias guitarreras de Gibbons, reptantes y areniscas en los riffs y afiladas y venenosas como las serpientes que prestaron su piel a las botas del terceto, en los punteos. La base rítmica sólida y primitivamente pura de Hill y Beard y esa vocalidad seca y terrosa, como la superficie del estado que da cobijo a sus andanzas y fechorías, son elementos que se muestran en todo su esplendor, expandiéndose a lo largo y ancho de diez temas compuestos en mayor o menor medida con el concurso de los tres protagonistas y que logran plasmar la potente y árida personalidad de ZZ-Top.
Canciones que son argumentos que hablan, o más bien braman, por sí solos como ese infeccioso ritmo cuasi funky que es "Waitin' for the bus" y su tórrida armónica. El sonoro y ronroneante rock-blues con influjo ritual que es "Jesus just left Chicago" o el trepidante boogi-rock de carretera y taberna que es "Beer drunkers & hell raisers" y su enloquecido solo guitarrero, justifican la fama y prestigio de un disco que cada vez que comienza a orbitar sobre el plato es un renacer mágico al rock del desierto y al hipnótico blues de Chicago resucitado en Texas.
La litúrgica "Master of sparks" y el nostálgico blues "Hot, blue and righteous" (que podría haber firmado The Band) certifican una primera cara perfecta e insuperable.
En el anverso a este lado del vinilo nos encontramos otra media decena de piezas que para nada ensombrecen la impoluta primera parte: rock intrépido y que muestra el camino a los primeros Eagles en "Move me on down the line", sonoridades pardas en "Precious and Grace", canciones con acentos blues y góspel, vientos incluidos, en "Shiek" o el ácido colofón subrayado de slides de "Have you heard". Y por supuesto la inmortal "The Grange" con la que no me resisto a terminar la reseña de este endiablado y vehemente artefacto sonoro creado en 1973 a base de rock, blues, cerveza y una actitud idónea para el pecado y la redención.
Una absoluta maravilla muy bien descrita, Jorge. Me gustaría destacar "Master Of Sparks" por ser la más diferente de las canciones del disco y por la historia que cuenta, que no tiene precio.
ResponderEliminarAbrazos.
Cierto, es la más peculiar y se diferencia claramente del resto y es verdad que la historia es impagable.
EliminarUn abrazo.
Un disco estupendo que he vuelto a escuchar y, ahora que estoy muy setentero, me ha sentado genial.
ResponderEliminarGracias
Es que yo creo que este disco no puede sentar mal, todo lo contrario.
EliminarAbrazos.
Lo clavas. El mejor de los ZZ a pesar de la gran discografía. Abrazos.
ResponderEliminarEfectivamente, se puede resumir así: el mejor entre muchos grandes discos.
EliminarUn abrazo