En los últimos coletazos de los ochenta la adolescencia pataleaba con furia dentro del pecho. Las primeras escaramuzas por el laberinto del Casco Viejo de Bilbao se saldaban con instantes teñidos de actitud juvenil, sueños que parecían al alcance de la mano, risas y por supuesto, canciones.
En la calle Barrencalle se encontraba (y se encuentra) el bar Txomin Barullo. Antes de que la noche extendiese su sobrecama de color madrugada sobre el cielo siempre gris del Botxo (para los adolescente de los ochenta había toque de queda, como hoy para todo dios) en el bar retumbaban los altavoces con las canciones de Barricada: "Contra la pared", "A toda velocidad", "Dentro del espejo", "No hay tregua", "Tentando a la suerte", "No sé qué hacer contigo", "Animal caliente", "Okupación", "Barrio conflictivo", "Situación límite", "Cuidado con el perro", "Rojo"... "Noche de Rock and Roll".
Allí nos congregábamos los menos proclives a cumplir los deseos de unos padres que aún conservaban el miedo institucional del franquismo en el tuétano de los huesos, y sin ser conscientes de ello, creabamos instantes que forjaban unas personalidades que con el tiempo tendrían que pagar peajes y recoger recompensas por parte y a cargo de una vida que ignorábamos que corría más que nosotros.
Entre el alicatado blanco y negro del Txomin se solidificaban unas sensaciones formadas por el rumor de conversaciones bilingües, el rudo sabor del kalimotxo, el dulzor de la saliva de Marimar, los chistes del 'Goye', las meteduras de pata de Juanjo, las ilusiones masculinas de unos críos, las risas atragantadas, el humo de los Luckys y de los porros, sus brazos alrededor de mi cuello, las promesas con vocación de eternidad, el rumbo hacia el infinito de la noche, sus bellos ojos de perdida... y las canciones de Barricada.
Cuando ayer supe de la espantada de Boni, no pude evitar pensar en aquellos días, aquellas sensaciones, aquél estúpido orgullo juvenil, aquellas noches húmedas, aquellos años inconscientes, aquellas oportunidades que no sabía que lo eran, aquél frenesí que nunca volvió... y las canciones de Boni estaban allí, haciendo de puente entre el recuerdo y la realidad de un siglo XXI que es mucho peor que aquellos ochenta llenos de rock and roll y actitud. Y me sentí triste y un poco desmontado.
Los Stones habían inoculado un virus en mi flujo sanguíneo que desde entonces circula por mis arterias haciéndose el emperador de la autopista. Para ese virus no han inventado vacuna los listos de Moderna ni de Pfizer, ni puta falta que hace. Por eso sigue circulando y convirtiéndome tal vez en un guiñapo descompasado con los tiempos y sobre todo con mi tiempo, pero la verdad es que eso me la trae floja.
Tras los Stones llegaron otros: Lou Reed, Neil Young, The Smiths, AC/DC, Bob Dylan, Gene Clark, Allman Brothers, The Band, The Doors, Black Crowes, Joy Division, David Bowie, The Cramps... Todos forjaron mi temperamento (parafraseando a don Rafael Berrio), pero ninguno consiguió lo que consiguieron las canciones de Boni y El Drogas.
El rock and roll invade al individuo por varios conductos, pero hay dos puertas a las que no pueden tener acceso los grandes del rock and roll internacional y a las que sin embargo Barricada tiene paso libre. Y es que ellos circulaban sin peaje por mis años más vehementes y hoy también lo hacen por mis recuerdos y (como esta noche) por mis sueños, esas puertas a las que me refiero son la cercanía emocional y la cercanía física.
Barricada canta en castellano y eso hace que sus mensajes sean desde el primer momento asimilados y comprendidos (tal vez entendidos de una forma diferente a como fueron ideados por el creador, pero eso no importa), y por ello se incrustan en el corazón y se sienten, se viven, se defienden y se transpiran. A esa cercanía emocional no tienen acceso los Zepp, ni los Teenage Fanclub, ni siquiera Sus Satánicas Majestades.
La cercanía física se dibuja en la línea gris de la carretera que separa en unas pocas docenas de kilómetros Iruña (Chantrea) de Bilbao, y que cada poco tiempo nos traía a los Barricada a casa. Y allí, en sus conciertos podíamos gritar al mundo aquellas canciones que corrían por nuestra sangre, implorándolas como fieles elevando oraciones febriles al cielo rojo que anuncia el apocalipsis. Un concierto de Barricada era un acontecimiento habitual, una rutina que elevaba la temperatura de la semana y que explotaba con el rugido de la guitarra de Boni, con su silueta sobre el escenario y sus canciones. Las citas con él en Aste Nagusia o en las fiestas de Sarriko son parte indeleble de la vida de muchos y muchas de nosotrxs. Esta rutina y casi fraternidad con Barricada no era posible con Young, Bowie o Jagger.
Y ayer se rompió una línea que llevaba años tensada y fuerte, formando una suerte de contaco casi sanguíneo entre nosotros y que vibraba al son del rock and roll, al son de los himnos que crearon los Barricada y de los que Boni era parte imprescindible.
Esa sensación agorera que provoca la certeza de que algo se ha terminado y que no hay marcha atrás es la que hace difícil de llevar la marcha de Boni, además de la inmensa tristeza. Pero al tiempo llena los corazones de agradecimiento porque gracias a él, gracias a Barricada hemos vivido esos momentos con el indescifrable aliento de aquellas canciones inmortales, y hemos sentido tantas veces que vivíamos en una perpetua noche de rock and roll que sólo podemos esta agradecidos.
Beti arte Boni eta mila esker guztiagatik!!!
Qué hermoso homenaje, Jorge, me reconozco en tus palabras. Boni y El Drogas, ya lo sabrás, llevaban tiempo sin hablarse y se reconciliaron en último concierto iruindarra de Rosendo, mejor imposible.
ResponderEliminarUn abrazo.
Si, además tengo unos amigos en Iruña que son muy amigos del Drogas y me tuvieron al tanto. Solo podía ser así. Imposible para mi no relacionar ciertos años de mi vida con Barricada, y me alegro de que sea así.
EliminarAbrazos.