El mes de diciembre es, entre otras cosas, el mes que todas las publicaciones musicales lanzan sus listas de los mejores discos del curso.
Este año, como todos, habrá listas de lo más variado. Uno de los trabajos que parece que aparecerá en el podio de muchas de esas listas será el último disco de Bob Dylan, no creo que me equivoque.
Un servidor va preparando poco a poco sus favoritos, y para amenizar y armonizar la tarea me ha parecido oportuno pinchar algún vinilo del viejo trovador.
Pero no será ninguna de las piezas contenidas en su última obra la que musicalice la fotografía de este domingo lluvioso y frío del puente de diciembre, vamos a retroceder en el tiempo unos cuantos años.
Siempre me ha parecido que el disco de 1967 "John Wesley Harding" sufre del síndrome de 'obras menores de artistas mayores'. Posiblemente llegar después de una sucesión de discos tan enormes como los que preceden inmediatamente en el tiempo a este, ha influido para que "John Wesley Harding" parezca un paso atrás en la carrera del de Duluth.
Eso, y que con él volvía a desenchufar las guitarras para retomar sonidos acústicos, hizo pensar a muchos (casi todos) que el retroceso era un hecho. Yo siempre he sentido una especial predilección por este disco, por su aroma country-folk, por el sonido (en mi opinión especial y más blando que de costumbre) de la voz de Dylan y por la sensación de calma estática y flotante que recibo de muchas de sus coplas.
Hay un tema que me gusta mucho, muchísimo, aunque no es de los más comentados del autor de "Blonde on Blonde", me refiero a "The ballad of Frankie Lee and Judas Priest".
Con ella nos quedamos.
¡Feliz domingo!
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