Relato de aquél primer encierro - Las paranoias de Addi


Marzo de 2050, 18:30 horas. En un viejo apartamento en el barrio de Miribilla de Bilbao un abuelo y su nieto pasan la decimoséptima jornada de encierro obligatorio para frenar el contagio general y masivo del COVID-24, en el televisor encendido, dicen las noticias:

"Se trata nuevamente de un peligroso virus de la familia de los coronavirus, que desde hace treinta años tienen en jaque al planeta, sometiendo a los terrícolas a continuas situaciones de alarma sanitaria y diezmando su población con sucesivas y cada vez más feroces pandemias que los científicos no han sido, después de tres décadas, capaces de detener ni de encontrar vacuna o anticuerpo que sea realmente eficaz contra el germen del virus, que en cada reencarnación se transforma volviéndose más fuerte y resistente, al tiempo que más mortífero.

Tras los seis anteriores focos, que tuvieron su origen por vez primera a finales de 2019 en la localidad china de Wuham, y que tras su rápida expansión sometieron a gran parte del planeta a prolongadas y costosas situaciones de alarma general, con cierre de fronteras, de establecimientos de hostelería, moda y electrónica, recintos deportivos, teatros, cines y salas de conciertos o exposiciones, puertos y aeropuertos, y en general de cualquier negocio que no suponga una primera necesidad para las personas, el género humano ha cambiado ostensiblemente su forma de vida, de ocio y comunicación social, volviéndose más huraño e individualista, perdiendo alegría y dando por sentado que la ilusión no es sino un esfuerzo baldío en el actual mundo infectado.

Las primeras experiencias supusieron el obligado encierro de la población en sus casas, bajo la amenaza de duras multas y del siempre atenazador miedo al contagio. Entonces llegaron los primeros escarnios humanos: la gente sucumbió al pánico, arrasando con víveres y artículos de primera, y no tan primera necesidad; los más desaprensivos hicieron el agosto y muchos, aplastados por el encierro y el pánico, sufrieron secuelas psicóticas que arrastraron durante años.

Pero hubo otros que supieron ver la otra cara del drama: el de la solidaridad, y también el del amor".

- Tu abuela y yo estábamos fatal, a punto de separarnos. De repente, cuando menos esperanza teníamos en nosotros mismos, cuando el egoísmo y el orgullo habían hecho presa de nuestros corazones y solo sabíamos encontrar el conducto de la ira, los reproches y el desdén para comunicarnos, cuando cada vez pasábamos menos tiempo juntos, siempre buscando escusas para no vernos. Cuando los defectos brillaban como luceros en la negrura del cosmos para unos ojos siempre hostiles, que de pronto, y sin saber por qué, habían olvidado todo aquello que nos hizo sentirnos eternos el uno en los brazos del otro, cuando las caricias, las risas y los sueños en común parecían parte de una epopeya mística y onírica que nunca fue real, entonces el destino nos encerró en una casa que ya ninguno consideraba propia, en esta casa que estamos ahora, y entonces el COVID-19 nos salvó.

En aquellas primeras horas de silencio y rencor, de voces roncas que sonaban en las sienes, siempre hacia adentro, de lenguas secas y cuarteadas por un callado grito de auxilio que no estallaba en la garganta. En aquellas horas, decidimos colaborar y llevar aquella situación odiosa lo mejor posible. La abuela trabajaba desde casa, en unos ordenadores que había entonces que eran una antigualla (no entiendo cómo podíamos trabajar con aquellos chismes), yo salía por la mañana al trabajo con guantes de látex y una mascarilla que me irritaba la nariz, y a la vuelta traía el pan.

Entrar en el supermercado era como esquivar a la muerte a cada paso que dabas, empujar el carrito se antojaba un paseo por un campo de minas y todo el mundo se miraba con suspicacia y temor, el olor a los desinfectantes penetraba por la nariz y llegaba a la garganta y al cerebro, y las calles estaban pobladas de policías que pedían el salvoconducto que necesitabas para ir del trabajo a casa y viceversa. La ciudad se parecía demasiado a un reducto de muerte tras el apocalipsis.

Por la noche el silencio era tan denso que se podía trepar por él, una noche, la abuela se quedó dormida en el sofá, la iluminaba el rostro la luz del televisor, estaban poniendo un programa musical y los colores de los focos del escenario escapaban del monitor y se posaban en la cara de la abuela.

La miré asombrado, ¿cómo podía llevar tanto tiempo sin reparar en lo hermosa que era?. Me senté a su lado como hipnotizado, como la primera noche que la vi; y aún dormida (aunque luego me confesó que no lo estaba, que se había despertado pero se hizo la dormida), acomodó su cabeza en mi hombro, respiraba despacio e impulsaba su aliento contra mi yugular, el más dulce mordisco de un vampiro que jamás imaginé que recibiría.

Dormimos un poco, y a media noche despertamos, la tele seguía bañándonos con sus colores artificiales, sin mediar palabra, nos besamos, una vez, dos, tres... muchas veces.
Lloramos y nos perdonamos, comprendimos que nos necesitábamos, que solos somos pocos, pero juntos somos un ejército.

Cada día volvíamos a aprender algo del otro: una mueca que habíamos olvidado, una peca, una expresión, un gesto que en otro tiempo nos emocionó... redescubrimos el valor de la risa conjunta y que el dolor se combate con mimos, igual que funciona con los niños, funciona con nosotros, pues juntos siempre seríamos niños.

Caminábamos cogidos de la mano por el pasillo y cocinábamos casi sin soltar las manos. Durante aquél encierro fabricamos a tu madre.

Nos quisimos tanto que quisimos vivir juntos hasta el final del día de los tiempos, para acometer la noche eterna abrazados, pero no pudo ser.

El COVID-21 acabó con la abuela, y un poco también conmigo. Luego el COVID-22 se llevó a tu papá y el 23 a tú mamá. Y ahora estamos aquí, tú y yo, encerrados en el mismo piso donde te soñamos, en el lugar donde más tiempo he pasado en mi vida, y donde seguramente algún COVID me matará.

Quiero que nunca te des por vencido y que sepas que algo maravilloso puede ocurrir en cualquier momento, a pesar de la oscuridad y el aire lleno de cenizas. Es imprescindible, y no olvides esto, que siempre tengas fe en ti mismo y en la persona que hayas elegido amar, que la vida puede ser maravillosa, a pesar de los encierros, del miedo y del caos, y que no hay situación que no se pueda revertir, así lo hicimos la abuela y yo, y míranos, seguimos juntos, recostados en este sofá, ella haciéndose la dormida y yo sintiendo el mordisco de su aliento, viendo como creces a cada minuto a pesar del silencio y la oscuridad.

Comentarios

  1. Precios aunque muy inquietante relato. la verdad es que da miedo pensar en que esta situación puede ser el principio de algo inimaginable. Comentaba ayer con mi marido que así empiezan muchas películas de ciencia ficción que luego terminan en un apocalipsis. Mejor no pensarlo y pensar, en cambio, que superaremos esta situación en unas semanas y todo volverá a ser casi como antes. Aunque me temo que...
    Un beso.

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    1. La verdad Rosa es que pretendía que fuese un relato de esperanza y amor, pero ha terminado resultando un tanto sórdido, también tenía proyectado inyectar algo de humor, pero ha salido otra cosa.
      Esperemos que todo esto termine pasando y que la vida vuelva a ser rutinaria y cíclica.
      Un beso.

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  2. Positividad, siempre se saca algo bueno de lo malo. Tu sacas el retorno de un amor perdido y la esperanza del todo saldrá bien... Circula por los chats un meme que dice algo así como: "el otro día, aprovechando la cuarentena, estuve hablando con mi mujer y resulta que es una chica agradable...". Perdona la comparación sin tenerlo en cuenta, pero esto me recordó aquello...

    Siempre mirando al futuro a los ojos...

    Un abrazo.

    Un abrazo.

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    1. Claro, es que pienso que puede haber mucho de eso. Y también a la inversa.
      Si que pretendía que fuese más positivo, pero creo que ha quedado un tanto apocalíptico, cosas de los procesos creativos de los torpes como yo me imagino.
      Un abrazo, y ojalá nos veamos en Vitoria.

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  3. Es curioso como en la adversidad muchas veces encontramos la mejor inspiración. Esta entrada es un fiel ejemplo.
    Abrazos, (¡qué si...!)

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    1. La verdad es que la idea original era otra, menos tétrica o apocalíptica, pero en algún momento la cosa se desvió.
      Gracias Javier.
      Abrazos.

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