Es habitual, al menos en mi caso, sentir la necesidad de escribir para salvar mi alma, escupir el veneno que yo mismo genero y evitar el ahogo tóxico producido por ciertas acciones incomprensibles, o decisiones, más equivocadas que malintencionadas.
En cierto modo es un ejercicio de supervivencia, o tal vez de autoengaño, en cualquier caso debo admitir que no se trata de generosidad, ni siquiera afición por el ejercicio de escribir, es una manera cobarde, traidora y mezquina de empaquetar el marrón a otro, u otros, aunque en la mayoría de los casos solo sea la página en blanco del ordenador la que reciba la sacudida.
Decorar las estupideces con una película de lirismo, dramatismo o romanticismo es una trampa, seguramente inofensiva pero una trampa al fin y al cabo. La página en blanco ofrece muchas más opciones de evasión que el espejo, y desde luego resulta mucho más conveniente que un retrato al estilo Dorian Grey, al menos puedes ser tú el que embadurne el folio, aunque sea de coartadas para evitar la auto-condena por estulticia, todo depende de tí, la verdad o mentira que quieras resaltar y proyectar, no hay reflejos impertinentes ni pinturas y colores maldecidos por gatos mágicos.
Mecerse por la versión oficial de los hechos no es una política heróica, pero es pragmatismo puro. Si se sacia la sed de perdón, daremos por bien empleado el esfuerzo, la terapia; eso sí, debemos saber que desde ese momento hemos de esperar el retorno.
Dar capotazos al toro de nuestros tropiezos vitales, es un truco con fecha de caducidad, por muy lindo que resulte como ejercicio narrativo, pictórico, musical... se trata, no nos engañemos, de un boomerang que antes o después exigirá ser acogido por la mano que lo lanzó con la esperanza de quitarse de en medio lo feo, y ese día, tocará examinar, en el umbral de lo irremediable, el tiempo perdido, ¡que si!... que se trata de eso, del tiempo perdido, de la vida que vuela y que llega un momento en que el reloj se vuelve contra tí, y lo que era una carrera sin freno hacia el futuro, se torna en un retroceso, en el que las manecillas viajan hacia atrás, volviendo sobre los errores cometidos y los trenes perdidos; y entonces te sientes en el andén vacío y silencioso, solo y sintiendo en las tripas la punzada del vértigo que no se ha sabido conjugar y que hace que todo sea irremediable, ha llegado el momento de fijar la vista en el ayer, el mañana empieza a revelarse muy poco aventurero.
Pero el tiempo sigue su curso, el que incide en la vida común, el tiempo real, y Fausto ya fracasó en su búsqueda de la marcha atrás, y además Margueritte está con otro, con uno que no escribía, prefería darse él, que con las palabras no se siente nada en la piel.
Cuánto tiempo perdemos, querido Addi. Cuánto y qué pena. Da gusto ver que sigues ahí. Por cierto, ¡necesitamos tu libro de relatos algún día!
ResponderEliminarUn abrazo.
Jejeje... me temo que lo del libro tendrá que esperar a que aprenda un servidor algo de los masters que sabéis de esto de escribir.
Eliminarúltimamente me da por pensar en el tiempo perdido, como Proust, será la edad.
Abrazos.