Con una prosa ágil y sin oropeles, la salmantina desglosa una historia en torno a la vida de provincias en la España del franquismo... |
Carmen Martín Gaite escribe su ópera prima en 1957, gana el Premio Nadal y pasa a la historia como gran narradora, y desde luego no solo gracias a esta extraordinaria novela, que por supuesto es "Entre visillos".
Con una prosa ágil y sin oropeles, la salmantina desglosa una historia en torno a la vida de provincias en la España del franquismo. Lo hace con sencillez en el tratamiento del idioma y fluidez narrativa, creando un ambiente opresivo y claustrofóbico, con la ciudad como elemento principal y núcleo central de la historia -curiosamente no se cita la población, aunque sin duda se trata de Salamanca.
Además de la agobiante soga que la vida provinciana coloca sobre las conciencias de la época -principalmente entre las mujeres-, las tradiciones, costumbres y ritos religiosos hacen también lo suyo para que el clima se haga más irrespirable en torno a un grupo de señoritas que viven sus días sin expectativas de ningún tipo, con la dictadura de un matrimonio lo más conveniente y tempranero posible impuesto por una sociedad hipócrita y egoísta.
La burguesía cruel pero mojigata, el machismo como principio para mantener una autoridad varonil tan repugnante como cobarde, tan innecesaria como inexplicable, tan brutal como preponderante; la sumisión femenina al que será marido, dueño y señor, que ha de truncar por innecesaria la formación humana y académica de la mujer, prostrando sus esperanzas a la categoría de lavadora, planchadora y cocinera, o en el mejor (o peor) caso, señora de su casa con servicio a su cargo.
En la vorágine de mujeres que desfilan por "Entre visillos" nos encontramos frustraciones, necesidades de autoconocimiento, miedos a la soltería, ilusiones infantiles con matrimonios que han de ser desgraciados pero que resultan oportunos, o peor aún, necesarios para propiciar la huida, sufrimiento y renuncia, todo como parte del ajuar.
Vemos la vida de ocio y decadencia de la burguesía provinciana, el escaso mimo por la delicadeza de unos machos incapaces de mostrar ternura, comprensión o valor.
Las buenas formas impuestas aunque indeseables, el luto que de nada sirve al muerto, que no necesita tanta compasión, como apunta el personaje de Elvira, uno de los más logrados del libro.
En un velado y muy inteligente tono de denuncia, Carmen Martín Gaite pone uno de los primeros ladrillos que harán de soporte para la construcción del feminismo en este país, una primera reacción en tono mortecino pero osado contra la injusta y dolorosa situación a la que se veían abocadas las mujeres de aquella época y lugar.
Pone una luz de esperanza en la joven Natalia, la pequeña de tres hermanas que supera en su soledad la perentoria situación de amargura que hunde a sus hermanas mayores por diferentes motivos, y se propone hacer de su vida algo que no la someta a un marido y unas costumbres ignominiosas. Para ello cuenta con la ayuda del nuevo profesor de alemán del instituto.
Pablo Klein vuelve a la ciudad que habitó de niño tras una ausencia de años en el extranjero para ser el nuevo profesor de alemán del instituto. Su personalidad choca con las duras y ancestrales costumbres de la ciudad. Allí conoce a un grupo de personas con las que ha de convivir y actuar en detrimento de su mentalidad, mucho más moderna que la de sus nuevos vecinos.
Especialmente conoce a la joven Natalia, una alumna, excelente estudiante que no se atreve a decir a su padre, un rico comerciante, que desea estudiar una carrera una vez terminado el instituto y que vive amargada bajo el yugo de costumbrismo y amargura que envilece a sus hermanas mayores.
También se tropieza con la complicada Elvira, llena de inquietudes y pasión, pero desgarrada por dentro, con la que teje una amistad amarga que se debate entre el amor y el honor.
También conoce a la cantante de cabaret Rosa, compañera de pensión, disoluta y tierna, única amiga de verdad que encuentra y personaje sumamente triste,
Entre los hombres se hace amigo de Emilio, enamorado de Elvira, un ser cobarde pero noble, que se aferra a Pablo como tabla de salvación de su vida y amor por la joven y bonita muchacha.
Vagan por las arterias de la ciudad borrachos pijos que derrochan mediocridad en el casino o en el Gran Hotel, jóvenes a punto de casarse para lo cual renunciarán a sus amigas y a su futuro, desesperadas mujeres a punto de perder la lozanía que es permisible para matrimoniar y que se arrojan en los brazos de hombres maltratadores y viles, chicas que se ponen en el escaparate, mujeres desesperadas ante su soledad ya rubricada, imposiciones familiares de amistades y amores...
La crónica de una época que se va superando, donde el ¡qué dirán! mandaba más que el sufrimiento o la hipocresía, el parecer más que el ser, y en el que a las mujeres se les negaba la posibilidad de construirse como seres humanos, reduciendolas a lo más básico de la tradición machista y cobarde.
Una de esas novelas que nunca pasa de moda, y en estos tiempos en los que vuelven los fascismos a hacernos involucionar, a atacar a las mujeres con saña (y miedo), bueno es releer para no repetir.
La tengo pendiente hace años, Addi. De Marín Gaite he leído el magnífico ensayo "Usos amorosos de la posguerra española", que temáticamente engarza con la novela que tan sabiamente glosas. La semana que viene me hago con "Entre visillos" en la biblioteca de Carabanchel a la que vamos, también con nombre de mujer, Ana María Matute.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ese ensayo es magnífico, yo también lo he leído. Su novela es muy sencilla pero nada inofensiva. Ya me contarás.
EliminarAbrazos
Me da vergüenza decir que no la he leído, no me hace falta confesor porque ya conozco la penitencia impuesta, hacerme con el libro ya.
ResponderEliminarAbrazos,
Es un clásico de la época muy sencillo pero con fuerza. Yo la acabo de releer y me ha vuelto a gustar años después.
EliminarAbrazos.