Hace varias semanas me decidí a comprar en mi librería habitual: "Ya nadie baila", libro de poemas de la poeta Elvira Sastre. No fue una maniobra fácil. Me obligó a entablar una ardua pelea contra mi mismo. Mis cuarenta y pico se las tuvieron con ver con la realidad de que ya no son veintipico, que son los que tiene la maldita Elvira Sastre.
Recuerdo hace años, cuando aún solíamos acercarnos al pueblo de mi padre, a las fiestas patronales del mismo. Él siempre insistía en que 'las fiestas del pueblo ya no son lo que eran'. Por supuesto no es cierto. Las fiestas son mucho mejores hoy que las que mi padre vivió, habían mejorado en seguridad, limpieza, actividades...
Lo que le pasaba a mi padre es que no eran SUS fiestas, aquellas que pasaba con sus amigos, que algunos aún están por allí, repitiendo la misma cantinela que él; las fiestas de su juventud, aquella feria en la que revoloteaba en sus tripas una adolescencia que mordía las entrañas, que salía a pasear con aquella primera novia, a la que alborotaba, entre risas y temblores la falda tras las zarzas, mientras la orquesta, al otro lado de las vías, entonaba "Tengo una vaca lechera..." aquello es lo que él añoraba. Mi padre, hacía años que había perdido el contacto con el hoy, con la vida, para repetir unos años que no fueron tan buenos como la memoria se empeña en reiterar, tramposa ella, pero que fueron días de juventud y sueños.
Cuando busqué sin encontrar libro alguno de la poeta segoviana, extrañado pregunté a una dependienta. Lo que me dijo me sumió en una leve pero duradera depresión.
- Busca en la sección de 'literatura juvenil'. - Aquello me sentó fatal, como si una bomba de dehidroepiandrosterona explotase ante mi, sin ser capaz de echar mano a un solo gramo de juventud química de la que se esparcía por el aire, a mi alrededor; me sentí como mi padre oteando las eras donde se celebran las fiestas de su pueblo, y comprobando que ya no son SUS fiestas; aquella no era mi sección.
Siempre he visto el cumplir años como una guerra contra la juventud, pero no en cuanto a lo que de evidente tiene la juventud, eso es una contienda perdida de antemano, me refiero a una guerra contra la ilusión, contra la osadía, contra el ímpetu de la juventud, un permanecer con actitud juvenil todo el tiempo posible, para poder seguir en la pomada del hoy, y no quedarse rememorando una y otra vez las fiestas de antaño.
Atreverme con la poesía de Elvira Sastre suponía una batalla decisiva, si perdía se podía imponer la certeza de que definitivamente había dejado de rueda a la vida, al hoy, a la actitud juvenil; me aterraba que sus versos me mandaran a la definitiva cuarentena y con ello a la consiguiente incapacidad para comprender un lenguaje, el lenguaje que hablan los malditos veinteañeros, el lenguaje de hoy, de mañana...
Me consta que hace tiempo estoy haciendo la goma, pero parece que aún tengo contacto visual con lo que hoy cocinan y sirven los jóvenes, esos a los que catalogan en estanterías donde pone 'literatura juvenil': como si el público hubiese de ser etiquetado por los editores, o los libreros; como si un veinteañero no pudiese disfrutar con los versos de Pedro Hierro, Miguel Hernández, Vicente Aleixandre... como si una persona madura o mayor, tuviese demasiadas dioptrías en el corazón para entender a Elvira Sastre, Mai R. Ayamonte o Laura Fernández.
Me resisto a vivir de los clásicos en exclusiva. Si, son clásicos y lo clásico es eterno, inmortal... paradójicamente estos adjetivos me recuerdan demasiado a la muerte, o al menos al final, a la presencia del mismo al fondo de un camino que ya ha agotado sus bifurcaciones...
Me acerqué a la estantería de 'literatura juvenil', sin complejos, o al menos eso intenté dibujar en rostro y silueta, y agarré un ejemplar de "Ya nadie baila", lo acerqué al mostrador y no lo pagué con la tarjeta joven porque hace años que no me la dan.
La poesía de Elvira Sastre es fresca, prerrogativa de su edad, pero es osada, descarada y pasional, igualmente consecuencia de sus años. Pero es madura, sorprendente y muy incisiva.
Me destrozó algún poema por su fulgurante sensibilidad, por la desfachatez de tenderse ante el lector con las puertas abiertas, dejándose ver, pudiendo admirarla por dentro.
Contra todo pronóstico no tuve problema en entender y asimilar sus versos, sus verdades y sus sueños, sus ilusiones y sus rimas afiladas, blandas algunas, duras y cortantes otras.
Definitivamente estamos ante una gran poeta, y mejor que lo será en breve. Y ahora lo tengo claro, no puedo dejar de disfrutarla, ni a ella ni a ningún escritor maldito veinteañero, saben tanto que yo ignoro, tienen la vista tan clara cuando yo empieza a vislumbrar el futuro con sombras y manchas suspendidas en el aire.
"Ya nadie baila" es un poemario con evidente vocación de clásico, de inmortal, de eterno... pero eso será en unos años, ahora el torrente está en su apogeo y dejará cadáveres en el camino, los lectores que pierdan la rueda y se pasen el resto de sus días recordando las fiestas de su juventud.
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