Muchas veces, enredados en la búsqueda del Santo Grial sonoro que nos haga eternamente jóvenes y vanguardistas, nos olvidamos (disculpen si hablo en primera persona del plural cuando lo oportuno sería hacerlo en primera del singular), de que a veces la verdad y lo realmente eterno, por clásico y por soportar siempre las pesadumbres, esperanzas y anhelos que nos corresponden como humanos, se encuentra en lo básico, en lo sencillo, en lo visceral.
Y es por ello que hoy, me apetece hablar de un disco sencillo, básico, crepuscular y hermoso, firmado por el joven cantautor norteamericano: Ben Bostick y de título homónimo.
Carta de naturaleza le otorga al trabajo su procedencia, pues lo he recogido del imprescindible MTD, blog sin igual de mi compadre Bernardo de Andrés Herrero.
No nos detendremos demasiado en diseccionar el artilugio: se trata de una decena de canciones de rock americano y folk rock, con leves acentos country, que incide en la mirada lírica del atardecer, las historias de soledades y amores perdidos, las epopeyas típicamente americanas, y ese poso seco, polvoriento y ronco del rock de carretera.
Llama la atención el bonito barniz de la voz de Bostick, y la fácil proyección de la misma. También es de agradar el interesante uso del piano, no siempre utilizado en estos sones de carácter acústico, y la limpieza y preciosismo de las melodías.
Tocando diversos palos típicos del género aludido, no pueden faltar encendidas baladas como: "Independence day", "Sweet thursday" en tono más folk, "Supposed to", o la Springsteeniana: "Erin is blue".
Rock de esencia fronteriza como "Coast of Mexico", en la onda de Cracker, o "I should have been her man" en un entorno más songwriter; momentos más genuinos y pioneros: "Paid my dudes" y otros más épicos: "After the rain".
Rock con empuje country y espiral tabernaria en el single: "The juggler".
Aunque tal vez la joya del disco sea "Paper football", precioso tema que se adapta a la perfección a lo que pretendía explicar en el inicio de la reseña: sencillez, calidez y emoción.
Ben Bostick nos regala un disco para escuchar en la mecedora (quien la tenga), para sentirse dentro de sus melodías y dejar que nos susurren al oído, nos agiten, y no ofrezcan resistencia al sentir.
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