Quienes mas me conocen creo que son conscientes de mi patológico encaprichamiento con esa dama silenciosa y mimética que se hace la encontradiza conmigo cada ekis días, y mas normalmente cada ekis noches, y que responde al apelativo popular de nostalgia.
Los años, que para mi pasan a toda velocidad, como coches en huida tras un atraco frustrado, a ella no le afectan; es normal, se alimenta de ellos. Son los que la hacen grande, poderosa e imprescindible. Los años, cargados de vivencias que dentro del enorme buche de la melancolía se van convirtiendo, tras una conveniente fermentación y como el vino, en recuerdos. Cada vez con un sabor mas poderoso, más profundo, más permanente en el paladar de nuestro cerebro, más acariciador del gaznate de nuestro corazón -como el vino- cada vez más deseable, más embriagador y más delicioso. Más disfrutado y más entendido, pero llega un momento en el que también más perjudicial. Mas nocivo para otros órganos de nuestro ser, más castigador para nuestra persona, y finalmente su influjo es más esporádico, más ocasional, por prescripción médica en el caso del vino, por prescripción del Dios del desencanto en el caso de la nostalgia, tragos de vino, necesarios, como recuerdos que nos permiten volver a vivir, ¿Sera ese el secreto de la felicidad?, ¿De la felicidad sencilla y obrera de los mortales sin vocación de eternidad?, ¿Será esa la clave?...tragos y recuerdos.
El otoño es el momento sublime para los recuerdos, el carnaval de la remembranza, las navidades de los besos que no se pueden olvidar, de las miradas que, clavadas en el alma, no conseguimos desprender para que de una vez por todas, la herida pueda cicatrizar y dejar de teñir de sangre descolorida el fondo tenue de imagines que hubiesen podido ser bellas, no morbosas, no dolorosas...
El otoño llega con su ejercito de grises, cada uno portador de un paquete de recuerdos que, encargados por la nostalgia de cada uno, se preparan para lucirse en su inminente desfile, con sus mejores galas, por nuestra memoria, para ser los protagonistas que mejor bailen la danza del pasado al ritmo de la creciente intensidad de los latidos de nuestro excitado corazón, que sufre y disfruta de la ceremonia del "Parece que fue ayer" o del "Lo que pudo haber sido y no fue"...Ayer, siempre ayer...Gris plata, el de el amanecer para ese ayer que es el centro neurálgico de todo recuerdo...
Otros grises menos agoreros son los luminosos, los que el otoño nos trae mezclados en el aire, en el viento, en la lluvia...Blas Otamendi decía en la fantástica "Historia de un Beso" de Garci: -"Luz bonita, como de estaño..." gris estaño para los recuerdos mas emotivos, los buenos recuerdos que causan un dolor que expresas con una sonrisa en el semblante...recuerdos de personas que estuvieron y están, siempre estarán por muy ausentes que se encuentren realmente, estan, en el transito de tu sangre por el corazón, que moran en las habitaciones siempre abiertas pero con la luz apagada de la azotea de tu memoria, recuerdos hermosos pero dolorosos porque son imposibles, porque se rompieron...no fue culpa de nadie pero deambulan por las avenidas del pasado arrastrando los pies, cansados, dolidos pero luchando por seguir, porque necesitas que sigan aunque estén rotos, caminando con los pies descalzos y sangrando pero sin parar su caminar...
Recuerdos, llegan con mas fuerza cuando el otoño gana definitivamente la batalla que cada año libra con el veranillo de San Martín, cosa que todos los años hace, ganar la batalla digo, y que descarga su pesada carga sobre nuestros ojos cansados y llorosos de soportar la luz del sol durante los últimos meses, que para esa cura de luz cegadora y bienhechora tienen que pagar con el proyectado interior de unos minutos o segundos...o días...es curioso, según pasan los años, el mismo recuerdo se hace mas largo, empieza durando un segundo y puede terminar durando casi toda una vida, pero los ojos decía, los ojos pagan el peaje de descansar del fuego del sol en sus retinas, y se condenan a ver pasar los grises por delante de sus pupilas, mas abiertas para penetrar en la grisácea oscuridad, mas cansadas de entornar párpados para paliar la dificultad añadida de las esporádicas visitas del mas indeseable aún, negro, mas tristes, mas proclives al derramamiento de lágrimas, alegres o tristes, pero siempre ácidas al contacto cutáneo en las débiles y chivatas mejillas, siempre susceptibles de caer derrotadas ante esa dama silenciosa y mimética que se hace la encontradiza conmigo y que se llama nostalgia o melancolía...¿No es lo mismo?...y que, como una gorda millonaria aburrida y solitaria, pasa los otoños en el hotel de los recuerdos, en el Hotel Nostálgico...¡Ya están aquí los grises con sus recuerdos!!!
Los años, que para mi pasan a toda velocidad, como coches en huida tras un atraco frustrado, a ella no le afectan; es normal, se alimenta de ellos. Son los que la hacen grande, poderosa e imprescindible. Los años, cargados de vivencias que dentro del enorme buche de la melancolía se van convirtiendo, tras una conveniente fermentación y como el vino, en recuerdos. Cada vez con un sabor mas poderoso, más profundo, más permanente en el paladar de nuestro cerebro, más acariciador del gaznate de nuestro corazón -como el vino- cada vez más deseable, más embriagador y más delicioso. Más disfrutado y más entendido, pero llega un momento en el que también más perjudicial. Mas nocivo para otros órganos de nuestro ser, más castigador para nuestra persona, y finalmente su influjo es más esporádico, más ocasional, por prescripción médica en el caso del vino, por prescripción del Dios del desencanto en el caso de la nostalgia, tragos de vino, necesarios, como recuerdos que nos permiten volver a vivir, ¿Sera ese el secreto de la felicidad?, ¿De la felicidad sencilla y obrera de los mortales sin vocación de eternidad?, ¿Será esa la clave?...tragos y recuerdos.
El otoño es el momento sublime para los recuerdos, el carnaval de la remembranza, las navidades de los besos que no se pueden olvidar, de las miradas que, clavadas en el alma, no conseguimos desprender para que de una vez por todas, la herida pueda cicatrizar y dejar de teñir de sangre descolorida el fondo tenue de imagines que hubiesen podido ser bellas, no morbosas, no dolorosas...
El otoño llega con su ejercito de grises, cada uno portador de un paquete de recuerdos que, encargados por la nostalgia de cada uno, se preparan para lucirse en su inminente desfile, con sus mejores galas, por nuestra memoria, para ser los protagonistas que mejor bailen la danza del pasado al ritmo de la creciente intensidad de los latidos de nuestro excitado corazón, que sufre y disfruta de la ceremonia del "Parece que fue ayer" o del "Lo que pudo haber sido y no fue"...Ayer, siempre ayer...Gris plata, el de el amanecer para ese ayer que es el centro neurálgico de todo recuerdo...
El morado se mezcla con el gris cuando la luz del sol deja paso a la oscuridad de la luna otoñal, gris timador que amaga con azul para terminar mostrándose como lo que es: un gris profundo, teñido de morado, morado nazareno que acaba convirtiéndose en negro, creando en nuestro corazón negras noches, este tono trae en su roído saco los recuerdos mas dolorosos, los que quieres y no puedes borrar del registro de tu cerebro, de la lista de asuntos pendientes de tu corazón, del índice del libro que tu alma escribe mientras vives y que no es sino la biografía que a tu muerte leerán los que te sobrevivan y te quieran, si los hay...
Otros grises menos agoreros son los luminosos, los que el otoño nos trae mezclados en el aire, en el viento, en la lluvia...Blas Otamendi decía en la fantástica "Historia de un Beso" de Garci: -"Luz bonita, como de estaño..." gris estaño para los recuerdos mas emotivos, los buenos recuerdos que causan un dolor que expresas con una sonrisa en el semblante...recuerdos de personas que estuvieron y están, siempre estarán por muy ausentes que se encuentren realmente, estan, en el transito de tu sangre por el corazón, que moran en las habitaciones siempre abiertas pero con la luz apagada de la azotea de tu memoria, recuerdos hermosos pero dolorosos porque son imposibles, porque se rompieron...no fue culpa de nadie pero deambulan por las avenidas del pasado arrastrando los pies, cansados, dolidos pero luchando por seguir, porque necesitas que sigan aunque estén rotos, caminando con los pies descalzos y sangrando pero sin parar su caminar...
Gris húmedo como las malas conciencias, sabedoras de su traición, gris mojado de lluvia en los suelos otoñales, adoquines que brillan con la tristeza del liquido salado y caliente de las lágrimas, lágrimas caídas del cielo que portan recuerdos mojados, de un tiempo pasado y que se enredan en tu pelo...bueno, eso lo cantaba y lo narraba Andres Calamaro mucho mejor que yo:
Recuerdos, llegan con mas fuerza cuando el otoño gana definitivamente la batalla que cada año libra con el veranillo de San Martín, cosa que todos los años hace, ganar la batalla digo, y que descarga su pesada carga sobre nuestros ojos cansados y llorosos de soportar la luz del sol durante los últimos meses, que para esa cura de luz cegadora y bienhechora tienen que pagar con el proyectado interior de unos minutos o segundos...o días...es curioso, según pasan los años, el mismo recuerdo se hace mas largo, empieza durando un segundo y puede terminar durando casi toda una vida, pero los ojos decía, los ojos pagan el peaje de descansar del fuego del sol en sus retinas, y se condenan a ver pasar los grises por delante de sus pupilas, mas abiertas para penetrar en la grisácea oscuridad, mas cansadas de entornar párpados para paliar la dificultad añadida de las esporádicas visitas del mas indeseable aún, negro, mas tristes, mas proclives al derramamiento de lágrimas, alegres o tristes, pero siempre ácidas al contacto cutáneo en las débiles y chivatas mejillas, siempre susceptibles de caer derrotadas ante esa dama silenciosa y mimética que se hace la encontradiza conmigo y que se llama nostalgia o melancolía...¿No es lo mismo?...y que, como una gorda millonaria aburrida y solitaria, pasa los otoños en el hotel de los recuerdos, en el Hotel Nostálgico...¡Ya están aquí los grises con sus recuerdos!!!
En otoño, con días grises y a veces con nostalgia pero ahí estás escuchando buena música. Un fuerte abrazo, tío grande.
ResponderEliminarUn texto precioso, querido amigo.
ResponderEliminarLa nostalgia es inherente al ser humano, y el color gris el vehículo que la pone de manifiesto.
Un fuerte abrazo!
Johnny y Evánder: Otoño, gris, recuerdos... estos días son geniales para estas historias, a mi me molan, que le voy ha hacer...
ResponderEliminarFuertes abrazos a ambos amigos.