The Dream Syndicate - The days of wine and roses (1982) - Mis discos de los ochenta



El que fuera máximo exponente del nuevo rock americano (Paisley underground), tiene en el mismo germen de su sonido el heroísmo, la audacia y la temeridad...

Por Jorge García.


La secuencia es la siguiente: Una de esas noches que la apatía insiste en hacer fortín en el alma y el cerebro; un querer y no poder, una derrota ante el desánimo, sin fuerzas ni ganas para una lucha épica modelo como gato panza arriba... 

A punto de firmar la rendición ante la desidia, el bucólico estado de agonía clava su desenfocada bandera en los últimos sitios de resistencia, solo parece quedar el dejarse llevar a un sueño intranquilo y poblado de pesadillas, con la esperanza de que la luz del nuevo día disipe sombras y ponga las cosas en su sitio tras la derrota de la víspera...

De repente, un calambre pone en movimiento corazón y músculos, últimos espasmos de una rebeldía que avanza de manera inversamente proporcional al paso de los años, pero que aún tiene el veneno suficiente para plantar batalla cuando el resto parece estar perdido. Avanza entre las sombras, sola, pisoteando las ruinas de la batalla ya finiquitada...

Entre los restos, asoma un arma, una luz que sale de dentro, de las últimas respiraciones entregadas a Morfeo: un resorte, una esperanza, un último asidero que no por recurrido ha dejado tras varias décadas de funcionar... un disco. 

No hay mucho tiempo para elegir, hay que decidirse rápido. Recogido de la estantería en penumbra un héroe que hacía tiempo que no entraba en combate, se tiende sobre el lienzo negro de goma y empieza a girar...


La batería impone un 'pause' en la celebración de las hordas del desamparo, las guitarras iluminan el campo de batalla y la voz de Steve Wynn hace como aquél que al grito de: "Lázaro, levántate y anda", consigue que lo que parecía rendido se vuelva a alzar vigoroso, que el brillo vuelva a las pupilas y con una sonrisa de rock and roll - como la de Pepe Risi - consiga una reacción eléctrica que derribe enemigos agoreros e implante de nuevo el reino de la luz, del ritmo, del rock.

Una victoria más bajo el influjo de la inmortal canción con la que se abre ese disco heroico y solemne, que esta noche ha sido "The Days of Wine and Roses" de The Dream Syndicate, la voz del mesías ahora suena como aquella... "Tell me when it's over".


No es difícil imaginar que el salvador sea precisamente un álbum rebelde, épico y a la vez, de romántico sonar, como lo es el primer larga duración de la banda californiana The Dream Syndicate. 

El que fuera máximo exponente del nuevo rock americano (Paisley underground), tiene en el mismo germen de su sonido el heroísmo, la audacia y la temeridad de zambullirse a cara descubierta en un mar poblado en los primeros años ochenta por todo tipo de nadadores de elegancias sintetizadas y lujosas nuevas olas de sonoridades electrónicas. Sumergirse sin bañador y llegar a la playa como un superviviente, no como un náufrago con el cerebro mortificado. Y hoy, prácticamente cuarenta años después, permitirse seguir oficiando de salvador de mentes vencidas por tristezas con las mismas armas con las que fue recibido por aquel mar hoy congestionado con los restos del naufragio ochentero, cachivaches amarilleados por el sol y oxidados por el salitre del tiempo, ¿existe mayor prueba de gallardía?

Puede resultar extraño que sea este elepé el que oficie de iluminador de mentes en penumbra, pero así es: Todo en él me resulta sedante y puro, casi esterilizado por una suerte de tratamiento de sobriedad y sinceridad sónica, en el que se mezclan las desinfectantes ínfulas sonoras de la Velvet, el industrialismo oscuro y hermético del punk londinense de garito mugroso y marginal, y sobre todo la elegancia culta y casi intelectual de Steve Wynn, caballero andante de las avenidas de la noche, que rockea con el estilo de los señalados, con la sombra a su espalda del blues y el sonido californiano, de The Doors y The Byrds.

Él, que ofició el milagro de la resucitación del alma, es vestido con armadura de cartón, con cuerpo de vinilo y sólo nueve corazones en su interior. Él, que vino a salvar a los desamparados un diciembre de 1982 para no dejarnos jamás, para seguir siendo una de las obras maestras del rock (así en general) para siempre, especialmente para noches... para todo tipo de noches, especialmente para noches como esta.

Cualquiera de los nueve cortes son imprescindibles por lo cual recojamos la luz con este milagroso: "That's what you always say".


Siempre es un buen momento para recordar discos como este: uno de mis discos de los ochenta y del resto de las décadas...

Comentarios

  1. Totalmente de acuerdo Addi, uno de los discos más velvetianos de la década, recoge entre sus surcos el resplandor nocturno de las aceras neoyorquinas y lo trasalada a una soleada (y también desconfiada) California. Una mezcla que en esta ocasión salió perfecta. Este álbum deja tanto poso que después de su escucha siempre hay un "y ahora qué...", "¿se puede mejorar esa lectura...?". Pocos discos han llegado tan lejos, sin que sea necesario traspasar más allá de dos o tres curvas del camino.
    Abrazos,

    ResponderEliminar

Publicar un comentario